lunes, 5 de noviembre de 2012

6 de Noviembre, Día Internacional para la Preservación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados

El 5 de noviembre de 2001, la Asamble General de las Naciones Unidas declaró el Día Internacional para la Preservación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, que se celebrará el 6 de noviembre de cada año. En la misma reunión, se recordó la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas, que señalaba la necesidad de proteger nuestro medio ambiente.

Se decidió adoptar esta medida teniendo en cuenta los daños ocasionados al medio ambiente en tiempos de conflicto armado, que continuaban afectando a los ecosistemas y recursos naturales mucho tiempo después de finalizado el conflicto, extendiéndose más allá de los límites territoriales de las naciones, y dejando una gran huella ecológica y biográfica en las poblaciones y generaciones consecutivas.

De este modo, de manera constante -y más que justificada- la humanidad a hecho tradicionalmente balance de sus víctimas de guerra en términos de personal militar y civiles caídos, así como ciudades y medios de vida destruidos, siendo con frecuencia el medio ambiente, el gran olvidado.

Las Organización de las Naciones Unidas concede gran importancia a garantizar que la acción sobre el Medio Ambiente es parte de la prevención de conflictos y de las estrategias de mantenimiento y consolidación de paz, pues no puede existir una paz estable si se destruyen los recursos naturales que garantizan la subsistencia de las poblaciones.

Y es que todo el proceso de guerra es destructivo para el medio ambiente. Desde las pruebas armamentísticas y de ejercicio militar, a la construcción de vías de acceso e infraestructuras para el desarrollo de los conflictos, así como la árida y persistente contaminación posterior, que destruye hogares y ecosistemas, creando problemas sociales y de desplazamiento de personas.

Por otra parte, los ataque aéreos y las luchas en campo suponen un impacto directo en la vida salvaje y la población humana. por razones estratéegicas, las luchas tienen lugar en montañas, cuencas de ríos o regiones boscosas, donde se registran altas cotas de concentración de vida silvestre.
El ruido que generan las detonaciones y la lucha armadam la deforestación estratégica y la caza de subsistencia y oportunista, fuerzan no sólo a un evidente deterioro de los ecosistemas, sino también a la migración de muchas especias y a la desaparición de otras tantas.

Dos de las situaciones de conflicto que enmarcan a la perfección la problemática del impacto de la guerra en el medio ambiente son el caso de Ruanda y la República Democrática de Congo.
El intento de exterminio entre 1990 y 1994 de la población ruandesa tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu tuvo como consecuencia -además de casi un millón de víctimas mortales de ambos estamentos étnicos- el desplazamiento de casi dos millones de ruandeses especialmente a Zaire (actualmente República Democrática de Congo), pero también a Tanzania, Burundi y Uganda. A este sangriento conflicto siguieron, entre 1997 y 2003, las dos guerras civiles de Congo, que desplazaron nuevamente a miles de ciudadanos congoleños hacia la región de Grandes Lagos, convirtiéndola así en la mayor fábrica de desplazados del mundo, que ha visto reducido su valor ecológico y su biodiversidad a casi el treinta por ciento. ¿La causa? la necesidad de abastecimiento y cobijo de la población desplazada que se ha visto forzada a -casi literalmente- comerse la selva.

Actualmente la Repúlica Democrática de Congo se encuentra aún inmersa en un frágil proceso de paz en el que, lejos de llegar a su fin, los enfrentamientos en Congo se perpetúan, registrándose nuevamente en septiembre de 2012 una cifra cercana a los doscientos mil desplazados del noreste congoleño como consecuencia de los violentos enfrentamientos en las provincias de Kivu Norte y Kutshuru.

 
Pero el desplazamiento de poblaciones y la lucha armada directa no son los únicos estandartes del impacto ambiental en tiempos de guerra. El uso de armas químicas sobre extensas regiones y población civil es una estrategia recurrente en conflictos contemporáneos.
En noviembre de 2004, a pesar de la presencia de civiles en la zona, las fueras armadas de Estados Unidos bombardearon Fallujah (Irak) con fósforo blanco. Anteriormente ya habían utilizado uranio empobrecido en las Guerras del Golfo, Afganistán, Serbia y Kosovo.

Ambos métodos son susceptibles de causar daños a largo plazo en poblaciones y medio ambiente, como en el caso de la Guerra de Vietnam, víctiva hace más de treinta años del dañino Agente Naranja. Esta sustancia, compuesta esecialmente por dioxina, un producto químico particularmente tóxicom fue esparcido entre 1961 y 1971 de forma masiva sobre Vietnam. Su finalidad era eliminar cualquier tipo de cobertura vegetal para impedir que ésta fuera utilizada como lugar de camuflaje, así como provocar la destrucción de cosechas y campos de cultivo, provando de alimento a la población local y al ejército enemigo.


Treinta años después de esparcido, el Agente Naranja sigue provocando muertes, patologías de extrema gravedad y discapacidad física y mental sobre quienes lo recibieron y sus generaciones inmediatas. Al drama humano, se suma una gran repercusión negativa sobre la gestión económica y laboral del territorio, y la evidente damnificación medioambiental.

En lo que a este respecto se refiere, el suelo afectado sigue resultando prácticamente estéril y no cultivable, resultando imperante la necesidad de rehabilitar los suelos perdidos como consecuencia del Agente Naranja y la actividad humana, para hacerlos nuevamente útiles para el consumo, además de restaurar bosques y manglares, a fin de que estén nuevamente en disposición de albergar a los centenares de especies obligadas forzosamente a migrar durante el conflicto.

La lista de ecosistemas dañador durante conflictos bélicos es interminable: durante la Primera Guerra del Golfo, más de seiscientos pozos de petróleo fueron incendiados en terrotorio Kuvaití; en Irak, un setenta por ciento de la población carecía de un abastecimiento adcuado de agua a causa de la contaminación que generó el conflicto; en Sudán, durante la Guerra de Líbano, se contaminaron más de 150 kilómetros de costa... y la lista continúa. Por ello, aunque resulta tan razonable como necesario que la prioridad de un conflicto bélico es salvaguardar la seguridad e integridad de las personas, también resulta evidente repara en que ello no es remotamente posible si no se interviene también sobre el medio ambiente.

Si bien muchos daños causados durante el tiempo de guerra son reversibles, otros tantos no lo son, y actuar sobre ellos es fundamental para garantizar la seguridad e iniciar la recuperación social, cultural y económica de las poblaciones afectadas que a través de la rehabilitación de sus ecosistemas, sienta además las bases para el restablecimiento de su identidad y autonomía.

Por ello, la intención por parte de la Organización de las Naciones Unidas de prestar especial atención al medio ambiente en tiempos de guerra y salvaguardar no sólo la paz social sino también la ecológica es una buena noticia que nos recuerda que aún queda mucho trabajo por hacer.

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